jueves, 4 de febrero de 2016

Cuando el corazón duele.


El día de hoy debo confesar que no tengo el ánimo de siempre al escribir estas líneas, es más, ni siquiera haré alusión al tema que había pensado para esta semana y seré bastante breve.

Mi esposa y yo hemos tenido una prueba difícil y dolorosa,  teníamos una cita con nuestro bebé para el mes de septiembre, pero Dios decidió que las cosas fueran distintas.

En medio de todo ello nos aferramos a las promesas de Dios; no entendemos el por qué de esta situación, lo que sí sabemos es que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta. Y aunque ahora no vemos claramente el propósito, sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios (2a. Corintios 1:3-4).

La única certeza que tenemos ahora es que Dios está con nosotros.

Esperabamos una respuesta diferente, pero Dios es. 

Aunque la higuera no florezca,
Ni en las vides haya frutos,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los labrados no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
Y no haya vacas en los corrales;
 Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación.

Habacuc 3:17-18 

Confiamos en el Señor, por quien es y no por lo que podemos recibir, conocemos que tenemos un Dios que puede librarnos del horno de fuego, pero si así no fuera no dejaremos de adorarle, que puede hacer que pase de nosotros esta copa, pero sobre todas las cosas deseamos que se cumpla su voluntad, sus propósitos eternos.

No dependemos de las circunstancias, dependemos de la verdad eterna revelada en su Palabra. Mis emociones, mis pensamientos pueden cambiar, pero en Él no hay sobra de variación alguna y entre muchas cosas Él nos dice: Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad.

En medio de todo estamos siendo enseñados, hemos visto el cariño de amigos y la familia, y sobre todo sentimos el amor de Dios.

Creo que cuando duele el corazón, debemos sentirnos afortunados porque somos capaces de sentir. De sentir lo que duele, pero también lo que consuela, somos sensibles a las necesidades de los demás y ver desde una perspectiva completamente distinta.

Cuando el corazón duele, puedes entender que la cuestión del aborto no es cuestión de moral y derechos, o  una discusión de definición de vida o la ausencia de ella, entiendes que por la dureza del corazón intentamos racionalizar una conducta que lo único que demuestra es la falta de amor.

Un corazón que no puede sentir dolor, se deleita en el sufrimiento de un ser vivo, llamando arte y gallardía al hecho de matar a un animal para satisfacer los deseos pervertidos del corazón, siendo este acto un sustituto de los cristianos en los coliseos romanos, en donde dicho sea de paso no había un corazón que se compadeciera y se doliera por los mártires.

Un corazón insensible, acepta como consecuencia lógica el ojo por ojo y diente por diente.

Un corazón que no se duele, de lo único que da evidencia es de su necesidad de sentir; jamás podrá saber lo que significa dar la vida por amor. No comprenderá que Jesucristo, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, y por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!

Pero lo mejor de cuando el corazón duele, es que podemos encontrar algo más grande y sublime: El amor de Dios.

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