lunes, 15 de febrero de 2016

Una noche para reflexionar.


El fin de semana tuve la oportunidad de asistir a un evento cristiano, de esos que son muy populares en nuestros días, donde a consecuencia de lo reconocido de quien estará presente, se tiene una convocatoria numerosa; logrando además que los "estandartes" de muchas "tribus" cristianas se reúnan, aunque sea por una noche; por un momento y nada más.

En donde vivo es común encontrar un templo cristiano, o lugar destinado para celebrar reuniones, cada 5 cuadras; parecen de esas tiendas de autoservicio que encuentras por todos lados.  Y es que desde aquellas fachadas que evidentemente te hacen notar que se trata de un templo, hasta pequeñas puertas y garages improvisados, los creyentes han sitiado esta ciudad.

Este es un fenómeno, que al menos en varias ciudades del estado de Chiapas se repite.

Desde una perspectiva superficial parecería algo positivo, una ciudad con demasiadas personas que profesan el cristianismo, desde luego que debería ser motivo de alegría.

El "pero" al asunto, es que muchas veces el cristianismo ha encontrado la forma de seguir su curso sin Cristo.

Cómo ya he dicho en ocasiones anteriores, logran tener un crecimiento de adeptos en base a un sistema eficiente de crecimiento, el cual si deja de funcionar, tiene que ser re-evaluado. Se entonan canciones con letras cristianas, generando un ambiente adecuado (eligiendo el ritmo apropiado), se tiene una conferencia motivacional-emocional con su respectivo maquillaje bíblico, y agregan lo que se considere necesario para tener un culto "espiritual"; pero la única forma de tener un culto espiritual, es que las personas ahí reunidas sean personas espirituales que adoran en espíritu y en verdad.

Sin embargo, no existe evidencia de una vida espiritual.

Europa fue transformada bajo el despertar de una vida espiritual: Suiza con Calvino, Spurgeon y Wesley en Inglaterra, la influencia de Lutero en Alemania, Robert Evans en Gales; en América se tuvieron evidencias de un cristianismo genuino con Whitifield, Jonathan Edwards y Charles Finney; pequeñas comunidades fueron transformadas por misioneros y evangelistas poco conocidos, tribus enteras que abandonan el canibalismo, ciudades en las que las prisiones cierran, los bares quiebran, la sociedad es transformada a causa del poder del evangelio.

¿Suena demasiado? Entonces el evangelio en que creo es una locura total. En la vida de aquellos en la que hay evidencia de un nuevo nacimiento definitivamente tienden a trastornar el mundo con el poder de Dios (Hechos 17:6). Desde luego que es con el mensaje de salvación, siendo testigos de Cristo; pero cuando se ha nacido en Él, la evidencia es innegable, impactando a nuestro alrededor hasta llegar a alcanzar naciones enteras y cambiando estándares de vida; como uno de tantos ejemplos, basta recordar que muchos abolicionistas de la esclavitud, eran personas que profesaban la religión cristiana.

El gobierno pregona en sus medios oficiales que hay finanzas sanas, que la ciudad es una de las más seguras de México y tantas cosas más que deberían hacerme pensar que vivo en el paraíso. Pero la realidad es otra, diversos grupos que se manifiestan ante el incumplimiento de pagos, reducción de presupuestos, ciudadanía inconforme, robos, homicidios, secuestros, y un sentido generalizado de injusticia e inseguridad.

Acá los cristianos hacen eventos masivos, se reciben palabras proféticas que desde Chiapas saldrá uno de los mayores avivamientos, los templos se llenan, se hacen obras de caridad, se tienen excelentes grupos de alabanza, se hacen actividades para tomar la ciudad para Cristo, se ora desde los lugares altos, dicen que el estado es uno de los estados con más cristianos del país, pero dada las condiciones del estado, pareciera que el evangelio verdadero no ha sido predicado, la manifestación de personas nacidas de nuevo, son muy escasas.

Quiero aclarar que sí creo que de Chiapas puede surgir un gran avivamiento; pero de la misma manera en que puede surgir de cualquier parte del mundo, en todo lugar que Cristo sea real en la vida de los creyentes, dondequiera que el Espíritu Santo sea quien nos dirija, entonces existirá un avivamiento de dimensiones inimaginables. Un avivamiento que generará convicción de pecado, la necesidad de Cristo en las vidas de las personas, haciéndose real el milagro más grande: el nuevo nacimiento.

El gran problema de todo esto, es que la gran mayoría de las congregaciones, no tienen comunión entre sí, no conocen a sus "hermanos" que están a la vuelta de la esquina. Demuestran que su bien mayor definitivamente no se encuentra en la unidad, no pueden beneficiarse de la diversidad del cuerpo, no pueden ser edificados mutuamente, entienden esa parte de la escritura a manera parcial y conveniente, solamente con aquellos con los que se sienten cómodos o identificados, o bien con cuyas diferencias no sean tan evidentes. Aún cuando en lo fundamental coincidieran en todo, por las formas, terminan excluyéndose unos a otros. La percepción de cuerpo es realmente limitada a sólo las personas que se reúnen bajo un mismo techo, o bien, solo con los sectores que son aprobados según nuestra opinión personal.

Con lo anterior, definitivamente la evidencia que se da es de ausencia de amor, y la escritura dice que:
Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?
Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.
1a de Juan 4:20-21
Quizá alguien podría decir, yo no aborrezco a mi hermano, pero entonces ¿das evidencia de amarlo?

Precisamente el día del concierto, vi como se hacía acepción de personas, menospreciando a aquellos que por su apariencia no cumplían el estándar externo. Vi como miles de personas estaban juntas pero sin unidad, cada uno centrado en su mundo y en su "estilo" de cristianismo.

Creo que en muchas ocasiones se ha perdido de vista un punto fundamental en el cuerpo de Cristo, la unidad y el amor entre aquellos que tenemos un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos. No sirve de nada ganar el mundo entero, entender misterios y tener sabiduría, tener fe para trasladar montes, llenar una ciudad de iglesias, tener la mejor estadística de personas que profesan la fe cristiana o cualquier otra cosa rimbombante, si no hay amor.

En la epístola a los Efesios, en su capítulo 4:1-16 podemos encontrar que el crecimiento saludable y correcto de la iglesia viene como consecuencia de la unidad en amor, siendo dignos de la vocación que profesamos, siempre consecuentes con el llamamiento del Señor.

Si salta o no, si guarda el sábado o no, si usan velo o no, eso es secundario, si viven siendo dignos de la vocación con que han sido llamados en la fe en  Cristo Jesús, son mis hermanos; son parte de la Iglesia de Cristo, y todos bien concertados y unidos entre sí se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibiendo su crecimiento para ir edificándose en amor.

John Wesley dijo: Dame un humilde, pacífico, amante de Dios y del hombre, un hombre lleno de misericordia y buenos frutos; sin parcialidad ni hipocresía. Que mi alma esté con tales cristianos donde quiera que estén y cualquiera sea su opinión. Quien hace la voluntad de mi Padre, ese es mi hermano.

A veces no será fácil, en ocasiones debemos soportar con paciencia al hermano "incómodo", aquel que está en crecimiento, y este a nosotros, porque puede que quizá nosotros seamos el hermano "incómodo"; después de todo muchas veces es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el ojo propio.

En medio de la unidad se manifestará el carácter de Cristo, ya que necesariamente tendrá que haber humildad y mansedumbre, estando prontos a guardar la unidad en el Espíritu. No unidad en formas, no unidad en eventos masivos, no unidad condicional; sino unidad en la diversidad del cuerpo mediante el Espíritu en el vínculo de la paz,  siguiendo la verdad en amor, creciendo en todo en aquel que es la cabeza: Cristo Jesús; entendiendo que cada miembro tiene una actividad propia y diferente.

No puede haber un crecimiento correcto sin la unidad con las otras partes del cuerpo, serán intentos aislados y resultados parciales, pero sobre todo, jamás se podrá dar evidencia de ser discípulos de Jesús, Él dijo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. Juan 13:35.

Es un hecho que en la cristiandad actual no existe unidad. Los cristianos están separados en innumerables confesiones y denominaciones. Alguien podría quizás decir que la unidad es invisible; que Jesús habló solamente de una "unidad espiritual" y que por tanto, esta unidad no se puede ver. Pero Jesús dice que la unidad de los cristianos sirve (entre otras cosas) "para que el mundo conozca que tú me enviaste" (Juan 17:23). Si el mundo debe "conocer" algo, necesariamente tiene que poder ver algo. Una unidad cristiana que no es visible para el mundo, no es unidad verdadera.

Desde luego que la unidad verdadera va más allá del denominacionalismo o confesionalismo, ya que ello sólo busca la unidad en un acuerdo forzado con la propia tradición eclesiástica. Cuando Pablo dice que "sintamos todos lo mismo", los denominacionalistas lo entienden así: "Todos tienen que estar de acuerdo con nuestra tradición especial, con nuestra forma de adorar a Dios y con nuestra interpretación de la Biblia." Ellos ven las impurezas en los otros "sistemas", pero no se dan cuenta de los puntos oscuros que están en su propio "sistema". En algunas ocasiones también niegan que pueda haber algo bueno en los "sistemas" diferentes, limitando con ello ser edificados de manera mutua y olvidando que todo es perfectible hasta que Jesucristo vuelva, que nos encontramos en constante crecimiento y el crecimiento correcto se da cuando cada una de las partes están en unidad en Cristo, que es la cabeza de todo.

Una forma particular del denominacionalismo, es aquella que busca unidad en la sumisión de todos bajo una jerarquía de líderes, y en la enseñanza de que su sistema representa a la única iglesia verdadera (romana u ortodoxa). Dentro de los denominacionalistas evangélicos, casi nadie asume ser la única iglesia verdadera; pero en la práctica a menudo se comportan como si lo fueran. Que para efectos prácticos, resulta lo mismo.

Esta manera de buscar unidad, ignora  el centro de la fe cristiana, la persona de Jesucristo. En su lugar, pone en el centro a un líder, una tradición, o un sistema doctrinal en particular.

Lo contrario al denominacionalismo, y otra forma errada de buscar unidad es a través del ecumenismo, que intenta juntar todos estos "sistemas" con todo lo que está dentro, sin tocar nada. Bajo el concepto de tolerancia se acepta lo bueno y lo malo, sin que dé lugar a una mutua edificación; lo importante para ellos, es el respeto mutuo entre sistemas, ignorando el centro de todo: la cruz y la persona de Jesucristo, que da como resultado un nuevo nacimiento, que se hace evidente a través de los frutos.

En la actualidad, el movimiento ecuménico se ha abierto también hacia las otras religiones (musulmanes, hinduístas, etc.).

El ecumenismo y el denominacionalismo, se contradicen en cuanto al camino correcto hacia la unidad. Pero están de acuerdo en este punto: los "sistemas" denominacionales son sagrados y no se pueden cuestionar. Es suficiente que cada uno se quede dentro de su "sistema", y que cada miembro de iglesia se considere cristiano, haya nacido de nuevo o no. Con abrazar una creencia resulta suficiente para ellos.

Es por eso, que ninguna de estas corrientes logra una verdadera unidad. Jesús oró por una unidad en Él mismo. No en una organización humana, ni en un acuerdo entre muchas organizaciones.
„Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad...“ (Juan 17,23).

Antes de orar por unidad, Jesús oró por santificación:

"No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como yo tampoco soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. ... Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad." (Juan 17:15-17.19)

En la oración de Jesús, la unidad se basa en la santificación. Para tener unidad cristiana, es necesario primeramente ponerse radicalmente del lado de Dios. Solamente así puede haber unidad entre todos los que son del mismo lado, del lado de Dios, personas que no son tan sólo oidores, personas que hacen la voluntad del Padre, creyentes que aman al Señor con todo su corazón, y con toda su alma, y con toda su mente y a su prójimo como a sí mismos.

Muchos grupos cristianos tienen criterios equivocados de unidad y de separación: Se juntan con los que son de la misma denominación, de la misma organización, de la misma doctrina o de la misma tradición. Se separan de los que no se unen a su organización o a su movimiento ecuménico. Así hacen "unidad" con muchos no nacidos de nuevo que tienen solamente el nombre de cristianos; y al mismo tiempo se separan de muchos verdaderos cristianos. Buscan la unidad a un nivel solamente humano, y así se pierden la verdadera unidad en Cristo.

En otras palabras: mientras intentamos acercarnos "unos a otros", o jalar a otros "más cerca de nosotros", no resultará ninguna unidad. Pero si nos acercásemos primero al Señor Jesús, entonces encontraríamos que también nos acercaríamos unos a otros.

En los intentos humanos de crear unidad, a menudo experimentamos lo siguiente: Empezamos a acercarnos a un segmento particular de la "cristiandad", pero al hacer esto, nos alejamos de otros segmentos. Tan pronto como ganamos amigos de una cierta corriente, nos ganamos enemigos desde otra corriente.

Por ejemplo, cuando un grupo de cristianos "no pentecostales" empieza a entrar en mayor unidad con iglesias "pentecostales", enseguida se ganan la enemistad de aquellos que critican el pentecostalismo. O cuando un grupo de jóvenes cristianos empieza a organizar eventos para todos los jóvenes cristianos de cualquier denominación, enseguida se ganan la enemistad de los pastores denominacionales quienes los acusan de "robar sus ovejas".

La única solución es movernos hacia el Señor Jesús, directamente hacia el centro de todo, a la fuente de unidad y santificación. Si hacemos esto, nos alejamos de algunos de nuestros compañeros que se quedan en la línea de la comodidad, en la seguridad del denominacionalismo, o en la amplia tolerancia del ecumenismo.

Probablemente experimentaremos soledad. Pero con el tiempo encontraremos a otros hermanos que vienen desde otros lados y se dirigen hacia el mismo centro. Cuanto más nos acercamos al Señor Jesús, más cerca estaremos también de estos otros hermanos.

Pero todavía hay un problema. ¡La mayoría de nosotros todavía estamos dentro de nuestros "sistemas"! ¿Hasta dónde nos permitirán estos "sistemas" acercarnos a Jesús?

Lo ideal sería, por supuesto, que el "sistema" entero volvería al centro, hacia Jesús. Esta fue la meta original de la Reforma y de otros movimientos de renovación y avivamiento. No obstante, en la historia de la iglesia vemos que esto es prácticamente imposible.

Casi todos los movimientos de reforma y avivamiento espiritual fueran rechazados, y hasta perseguidos, por los propios "sistemas" de donde se originaron. A menudo, los mismos líderes de las iglesias prohibieron a sus miembros seguir a un movimiento de avivamiento.

Por eso, en la historia sucedía normalmente lo siguiente: Algunos creyentes fueron "avivados" y comenzaron a acercarse a Jesús. Pero su "sistema", su iglesia, se quedó como estaba y no se acercó a Jesús. Por eso crecieron las tensiones entre los cristianos avivados y sus iglesias respectivas. Con el tiempo, la distancia se hizo tan grande que los cristianos avivados se vieron obligados a separarse de sus "sistemas" (sea porque ellos mismos decidieron abandonarlo, o sea porque fueron expulsados).
En cambio, estando cerca de Jesús, ellos encontraron comunión y unidad con otros cristianos avivados (a menudo desde trasfondos de denominaciones diferentes).

Esta unidad era más intensiva en los comienzos del avivamiento, mientras la comunión con Jesús era lo más importante y la organización importaba poco. Pero con el tiempo, el avivamiento se enfrió, y entonces se puso más énfasis en "organizar" esta nueva comunidad que había surgido. Se empezó a formar un nuevo "sistema". Pero al mismo tiempo, este nuevo "sistema" comenzó a alejarse del centro.

Pablo advirtió a los corintios que no se identificasen con "denominaciones" humanas:
"...que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?" (1 Cor.1:12-13)
"¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. ... Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo." (1 Cor.3:5.11)

En otras palabras dice Pablo: "Yo no reclamo ningún derecho de propiedad sobre vosotros. No soy yo quien dio su vida por ustedes; fue Cristo quien hizo eso. Él y nadie más es vuestro fundamento y vuestro dueño. Entonces no se hagan seguidores de líderes o denominaciones."

Se podrían mencionar diversos ejemplos históricos de como surgió la unidad de los cristianos en tiempos de avivamiento, y cómo más tarde el avivamiento enfriado se convirtió en una nueva denominación.

Hoy día, es muy marcada la diferencia y falta de unidad a causa de los "sistemas", hace falta volver la mirada a Aquél que es la fuente de la unidad, necesitamos crecer edificándonos mutuamente, el mundo requiere urgentemente la manifestación de los hijos de Dios, es innegable la necesidad de un avivamiento espiritual. No necesitamos más templos, necesitamos ser verdaderos discípulos que sigan la verdad en amor, se hace necesario dar evidencia de Cristo en nuestras vidas, y no solo de Cristo en nuestro vocabulario o en nuestras mentes, como simple forma de pensamiento; o peor aún, tener templos llenos de gente que dicen "Señor, Señor", pero que no hacen la voluntad del Padre; templos en los que al igual que la iglesia de Laodicea digan : Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; sin saber que son desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos. (Apocalipsis 3:17).

Seamos dignos de la vocación, vivamos de una manera digna del llamamiento que hemos recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Nos esforcemos por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz, para que de este modo, todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo, para que al vivir la verdad con amor, crezcamos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza: Cristo; ya que es por su acción que todo el cuerpo crece y se edifica en amor, según la actividad propia de cada miembro.

Fraternalmente, en Cristo.





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Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo. 1 Co. 8:2

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