martes, 19 de enero de 2016

El Monopolio de la fe.

El ser humano generalmente busca tener exclusividad, tiene un deseo marcado de ser el único, alega su derecho de dominio o influencia en determinada circunstancia.

Dentro de una nación, el Estado concede el derecho legal a un individuo, grupo o empresa para explotar con carácter exclusivo alguna industria o comercio. Bajo ese precepto legal, nadie más puede ejercer la actividad que ya ha sido autorizada para alguien en particular (en México la telefonía fue un monopolio empresarial).

También se puede dar el monopolio sin que medie un derecho legal, y esto puede ocurrir mediante el ejercicio exclusivo de una actividad, con el dominio o influencia consiguientes (los chamanes en algunas tribus); o bien, en una situación de mercado en la que la oferta de un producto se reduce a un solo vendedor (aquellos comerciantes que son los únicos en ofrecer un producto, quienes además pueden darse el lujo de establecer las condiciones de venta que deseen).

En el ámbito de las ideas o del pensamiento, se busca ejercer el dominio único respecto a lo que se debe pensar y lo que no, tal como sucedió en la Ex Unión Soviética y actualmente en Corea del Norte. Cada dictador ha ejercido un monopolio: Hitler, Hugo Chávez, Kim Jong-un, Stalin, Mussolini, y otros más que pudieran mencionarse, teniendo como característica común, el imponer por la fuerza sus ideas, además de que todo el poder recaía en ellos. Eran absolutos, nada de lo que no viniera de ellos tenía validez.

Desafortunadamente, esa misma intención ha permeado a la Iglesia con el pretexto de tener el Evangelio confiado a los creyentes, de ser los guardianes de la verdad, los heraldos del mensaje divino. Muchos se han desgastado por saber quién tiene el derecho de exclusividad, desean dejar en claro quienes se encuentran debidamente certificados y autorizados, generando una desacreditación de unos contra otros.

Esto no es nuevo, siempre ha sido ha sido así.

Los Judíos siempre habían tenido como motivo de orgullo considerarse hijos de Abraham, consideraban tener el derecho legal en cuestiones religiosas, pero Juan el Bautista les dijo que su denominación de origen, ser del linaje de sangre, no era lo importante, al decirles “y no piensen que pueden decirse a sí mismos: ‘Tenemos a Abraham por padre,’ porque les digo que Dios puede levantar hijos a Abraham de estas piedras.” (Mt. 3:8). En el mismo sentido, en una ocasión Jesús confrontaba a los Judíos: “Ellos Le contestaron: “Abraham es nuestro padre.” Jesús les dijo: “Si son hijos de Abraham, hagan las obras de Abraham.” (Jn. 8:39)

Los discípulos de Jesús, también estuvieron expuestos al deseo de querer tener exclusividad, de tener el monopolio del Evangelio, quisieron excluir a algunos que actuaban en nombre de Jesús, pero quienes no pertenecían al club, no estaban credencializados, no tenían licencia para predicar; ¿la razón? Que no estaban con ellos. 

Después de todo, la patente era de los discípulos, habían sido elegidos y designados directamente por el Maestro, caminaban con él, comían con él, conocían de primera mano sus enseñanzas, por tanto, pensaban que eran los únicos con facultades y atribuciones para hacerlo. “Entonces respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros. Jesús le dijo: No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es.” (Jn. 9:49-50)

Ya una vez establecida la Iglesia, en la ciudad de Corinto, volvió a surgir la disputa de quién tendría el verdadero sello de la enseñanza, o definir quién era la voz autorizada, se estaban inclinando de un lado u otro, generando únicamente división y discusión; lo cual no fue cosa menor ya que el apóstol Pablo, al tratar el asunto, repitió el tema en dos ocasiones, dejando en claro que lo importante no es el mensajero (Pablo, Apolos, Cefas [Pedro]), sino el mensaje.

“Porque he sido informado acerca de ustedes, hermanos míos, por los de Cloé, que hay discusiones entre ustedes. Me refiero a que cada uno de ustedes dice: “Yo soy de Pablo,” otro: “yo de Apolos,” otro: “yo de Cefas,” y otro: “yo de Cristo.” ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O fueron bautizados en el nombre de Pablo? (1a de Corintios 1:11-12)

“Por que cuando uno dice: “Yo soy de Pablo,” y otro: “Yo soy de Apolos,” ¿no son como hombres del mundo? ¿Qué es, pues, Apolos? ¿Y qué es Pablo? Servidores mediante los cuales ustedes han creído, según el Señor dio oportunidad a cada uno. Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento. (1a de Corintios 3:3-7)

Hoy las cosas no son diferentes, la lucha por el estandarte, por el monopolio de la fe continúa, quieren habilitar al mensajero oficial, dejando de lado el mensaje.

Hoy muchos hablan y enseñan, pero pocos viven un cristianismo genuino, muchos oidores, demasiados expositores, pero pocos hacedores (Stg. 1:22)

Lo anterior se dice con el único afán de llamar a la reflexión, se hace necesario dejar de lado las barreras denominacionales, barreras de coberturas, y cualquier cosa que nos separe, pues ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.

Claro que no se llama a una unidad ciega, tomando como cierto a todo aquél que se diga llamar cristiano; hoy más que nunca hay muchos que dicen Señor, Señor, pero no hacen la voluntad del Padre. Sus frutos no dan evidencia de un nuevo nacimiento. Por tanto, se requiere en todos y todas un discernimiento crítico, y un saludable “sospechómetro” ante toda enseñanza. La consigna e imperativo para nosotros es el mandamiento bíblico de “examinarlo todo” (1Tes 5:21), “para ver si estas cosas son así” (Hch 17:11). 

Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre. (Mt. 12:50)

No se trata de una postura: Soy de Pablo, de Apolos o de Pedro, sino de una vida transformada, de personas que hacen la voluntad del Padre. Caer en la tentación de tener un "sistema" como la verdad absoluta, sería caer en idolatría. La única verdad es Cristo.

Es necesario poner de nuestra parte para que se cumpla el deseo de Dios: Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. (Jn.17:21)

Para muchas personas resulta difícil respetar y amar a quien piensa diferente, pasan por alto la evidencia de tener una vida cristiana y juzgan por el sistema de creencias, y no por sus frutos; en muchas ocasiones se llega a agresiones verbales por el simple hecho de no tener la misma postura teológica. 

Uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres, (Ro. 14:2) otro hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días (Ro. 14:5). Cuestiones cómo estas, dividen y terminan separando por completo. La falta de unidad es notable, una persona puede creer que el don de sanidad aún existe en la actualidad, otro pensará que no es así, cuando la sanidad siempre es del Señor. 

El antídoto, como lo refiere el apóstol Pablo, se encuentra en el mismo capítulo 14: 

Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. (v. 1)
El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. (v. 3)
¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme. (v. 4)
El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. (v. 6)
Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano. (v. 13)

Desde luego que la doctrina sana es saludable, es lo que debemos desear: la leche espiritual no adulterada. 
La sana doctrina, es la enseñanza bíblica y adecuada de verdades teológicas, que llevan a la salud espiritual y a vidas transformadas tanto de los individuos como de la iglesia, pero no pensando tener el monopolio de ella. Por tanto se hace necesario retomar uno de los principios de la Reforma: 

«Ecclesia reformata semper reformanda (secundum verbum Dei).» Una Iglesia que es reformada siempre se está reformando (de acuerdo con la Palabra de Dios). 

Esta consigna expresa una realidad: los Reformadores no pretendían tener toda la verdad ni ser dueños de un sistema final de conceptos absolutos. Lutero era un "teólogo irregular" que nunca intentó formular un sistema. 

Calvino, por supuesto, articuló un sistema doctrinal, pero vivía revisándolo hasta nueve ediciones, alternando entre el latín y el francés. Algunos de los aportes más valiosos aparecen sólo en la novena edición. Si Calvino no hubiera muerto, sin duda hubiera producido una décima edición. 

Tillich define "el principio protestante", muy acertadamente, con la frase, "sólo Dios es absoluto". Karl Barth advierte contra la tentación de tener al "sistema" como la verdad absoluta, lo cual identifica como idolatría. 

Lamentablemente, en el siglo XVII, amenazados por el racionalismo escéptico de la época, la teología luterana y la calvinista cayeron en una rígida ortodoxia escolástica. 

Aunque hicieron algunos aportes, terminaron reduciendo su fe a un dogmatismo estéril.

Curiosamente, luteranos y calvinistas se acusaban mutuamente de ser herejes, cripto-católicos y otros insultos. 

El movimiento wesleyano puede verse en parte como una reacción contra esa "ortodoxia muerta" e hizo mucho para rescatar la salud del protestantismo. 

Sin embargo, a inicios del siglo XX, la ortodoxia dogmática se resucitó en los Estados Unidos en la forma del fundamentalismo norteamericano. 

En un sentido totalmente opuesto a la ortodoxia dogmática, en nuestro tiempo casi nada es seguro y todo es posible. Esto resulta ser el otro extremo, la cara opuesta de la moneda, lo cual tampoco es una postura saludable, ya que la nueva consigna parece ser, "ecclesia reformata semper DEFORMANDA". 

La intención de la "semper reformata" era la de corregir errores y SER CADA VEZ MÁS FIEL AL SEÑOR Y SU PALABRA, recibiendo al débil en la fe, y admitiendo puntos de vistas diferentes en cuestiones no fundamentales. Entendiendo que una sana enseñanza derriba por sí misma las doctrinas que no son correctas, que están enraizadas en un marco teológico defectuoso, en valores culturales específicos, o simplemente en no leer las Escrituras en su adecuado contexto histórico, bíblico y literario.

Hechos 18:24-28, relata ejemplarmente lo que implica el crecimiento en el Evangelio y la forma en que debe ocurrir: Apolos enseñaba diligentemente en Éfeso lo concerniente al Señor, AUNQUE solamente conocía el bautismo de Juan (v.25); ese “aunque”, implica que tenía un conocimiento incompleto, pero aún así su descripción era: “poderoso en las Escrituras” (v.24). 

Cuando otros que tenían el conocimiento completo (Priscila y Aquila) lo oyeron, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios (v.26).

El resultado derivó en que Apolos fue de gran provecho a los que por la gracia habían creído en otras ciudades (v.27).

Apolos se dejó enseñar, no había orgullo ni autosuficiencia a pesar de ser poderoso en las Escrituras, no creía tener toda la verdad, fue potencializado respecto al conocimiento que ya tenía de las Escrituras.

Priscila y Aquila, no se sentían dueños de la verdad, no evidenciaron a Apolos, no lo censuraron por sólo hablar del bautismo de Juan, no fundaron otra comunidad con mayor revelación. ¿Suena Familiar? Al contrario, le compartieron con exactitud el camino de Dios, le animaron y Apolos siguió siendo usado poderosamente.

En Hechos 19:1-5, Pablo llega a Efeso, precisamente donde Apolos había enseñado, cuando encuentra a los discípulos de esa ciudad se da cuenta que sólo conocen el bautismo de Juan y se da cuenta que ni siquiera han oído si hay Espíritu Santo. Entonces les enseña y los bautiza en el nombre del Señor Jesús.

Los de Efeso, no lo acusaron de enseñar doctrina extraña (nunca habían escuchado del Espíritu Santo), tenían la misma actitud de dejarse instruir, crecieron en el conocimiento. Definitivamente examinaron todo y vieron que las cosas eran así por las Escrituras.

Pablo entendió que eran creyentes, ya que no les pregunta si son creyentes, les pregunta si recibieron el E.S. cuando creyeron. No despotrica contra Apolos, y eso se corrobora en otras cartas, cuando se refiere a Apolos. No los abandona a su suerte al ver que ya tenían cierto conocimiento, bajo el argumento que no son de su línea ministerial.

Los monopolios no permiten la mutua edificación, y la conducta es totalmente opuesta a lo que se refleja en los pasajes mencionados.

Desde el siglo pasado la iglesia vive de fiebre en fiebre, cambiando de modas religiosas como los estilos de zapatos (nuevos movimientos, nuevas revelaciones, evangelios falsos, doctrinas falsas, etc etc ad infinitum) y cada uno se encierra en "su movimiento", lo cual ha ocurrido durante siglos: desde aquella que alega tener más de dos mil años, pasando por las protestantes originadas en el siglo XVI, hasta las más contemporáneas. Pero muchas veces las reformas de hoy, no son para corregir errores sino de introducir nuevos errores; el objetivo pareciera no buscar mayor fidelidad a las Escrituras, sino mayor éxito, mayor fama o mayor dinero. En otras ocasiones se han quedado con las reformas de hace siglos, como si no fuera posible tener un mayor y mejor entendimiento de las Escrituras, las cuales nunca cambian, pero si dan mayor entendimiento respecto al andar cristiano.

Mi deseo pues, es que no nos dejemos llevar por cualquier viento de doctrina, siendo fácilmente engañados por las falsas enseñanzas de gente astuta, que para engañar emplean con astucia las artimañas del error; pero tampoco nos encerremos en una postura, que no permita continuar en el crecimiento de la Palabra, entendiendo que somos un cuerpo. Seamos hacedores y no sólo oidores, no permitamos que Cristo sea monopolizado por unos cuantos que por interés enseñan lo que les conviene o por temor se aferran a la seguridad de un conocimiento cierto que les impide seguir hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Cierto es que aún estamos lejos de esa unidad de la fe, de la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, por tanto, aún hay mucho por delante, no pretendamos haberlo alcanzado ya, ni que somos perfectos; sino que prosigamos, esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús nos alcanzó, prosigamos pues a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.



Con amor fraternal.

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